Traduza o texto a seguir para o Português.
Al rehusar el nombre español que su maestro le había dado, George Jacobs dejaba clara su intención de no renunciar a nada que considerase privativo: ni el nombre ni el idioma ni su cinefagia, la variedad bulímica de cinefilia que practicaba. Actor desde los tres años, guionista circunstancial y proyecto decidido de director, llegaba a España con una derrota previa, expresada en inglés: no voy a aprender español, lo estudio desde el Instituto y no lo hablo, no hay remedio. Su profesor se lo tomó como una bravata enfilada hacia su capacidad pedagógica y contestó: veremos. Las presentaciones continuaron hasta completar la lista, pero se ve que el desprecio de George al apetito seudónimo hizo efecto; sólo otra chica, Nicole, se atrevió a transliterarse en “Nicolasa”…
Todos aquellos jóvenes procedían de universidades estadounidenses, aunque algunos eran nacidos e incluso criados en otros países. Habían comprado, como le gustaba repetir al director, un Programa de lengua y cultura que incluía muchas horas de clase, estancia y manutención con familias nativas, viajes a varias ciudades históricas y, muy importante, la opción al canje de créditos en su universidad de origen, cosa que todos se encargaban de mentar con regularidad. Todos menos George, quien en medio de las casuales referencias de sus compañeros a la necesidad de aes o, como mínimo, bes repetía solitario que él, con aprobar, tenía de sobra. Patricio conocía bien la inflación de las notas en la enseñanza superior de Estados Unidos: en más de una ocasión había tenido que lidiar con la súplica flagelante de un alumno que le aseguraba no poder presentarse ante su Departamento de Español con una C+, marca equivalente a un 7 sobre 10 en nuestro sistema de gradación.
Mientras sus compañeros se referían a su “papá” o sus “primitos” durante las sesiones de lengua, la cabeza de familia de la casa adoptiva de George, una señora separada cuya gracia era Mía, fue siempre aludida por su nombre propio; de los hermanos ficticios jamás hacía mención consanguínea. Esa fue la segunda diferencia notable del disidente con respecto al grupo: joven educado en extremo, tanto en clase como en casa o en la calle, no transigió, sin embargo, con un artificio que le repugnaba en lo más intimo.
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